domingo, 8 de marzo de 2009

அன்டிசெமிடிச்மோ பிப்ளிகோ

La Biblia: ¿anti-semita?

¡Ay gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malhechores, hijos depravados! ¡Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás!

Isaías 1:4 (RV95)

A menudo se alega que el Nuevo Testamento alienta el anti-semitismo. Los antagonistas argumentan que Mateo retrata a los judíos como si admitieran su responsabilidad por la muerte de Jesús (Mt. 27:25). Jesús mismo llamó a ciertos judíos de sus días “hijos de Satanás” (Jn 8:44). Por esto el historiador James Parkes escribió que “más de 6 millones de asesinatos premeditados son consecuencia de la enseñanza acerca de los judíos…que en última instancia descansa sobre las enseñanzas del Nuevo Testamento mismo”.

Esta acusación es errada por dos razones. Primero, antes que nada, es comúnmente aceptado entre los eruditos que cuando los evangelios hablan de “los judíos”, generalmente no se están refiriendo a cada judío étnico que habitaba en Judea en ese tiempo sino a los “líderes judíos” que por envidia buscaban matar a Jesús (ver Mt. 27:20; Mr 12:12; Jn 5:18). Por esta razón, varias traducciones modernas lo traducen como “líderes judíos” llamando la atención a esta importante distinción. Dicho simplemente, el Nuevo Testamento en ningún lugar condena al pueblo judío como una raza, ni les echa la culpa en masse por la muerte de Jesús. Los sacerdotes malvados, una multitud revoltosa, las autoridades romanas y por último los pecados de todos nosotros hicieron eso. Por lo tanto, la noción que el Nuevo Testamento es anti-semita es infundada.

En segundo lugar, se debe señalar que por comparación, el Antiguo Testamento emplea un lenguaje condenatorio mucho más fuerte contra la nación de Israel que el Nuevo Testamento. Cuando Isaías profetizó contra el pueblo de Judá en el siglo siete AC, los denunció fuertemente por rebelarse contra el Señor (v. 2). Comparó a los judíos con Sodoma y Gomorra (v. 10) y asemejó a Jerusalén como una prostituta (vv. 21-23), y una morada donde la familia de Israel se había corrompido (v. 4).

Isaías no fue el único de los profetas de Israel en atacar al pueblo de Dios. Así describió Miqueas a los líderes de Israel - “vosotros aborrecéis lo bueno y amáis lo malo, le quitáis a la gente la piel y la carne de encima de sus huesos” (Mi. 3:2). Malaquías prometió que Dios echaría estiércol a los rostros de los sacerdotes (Mal. 2:3). Jeremías clamó a Dios que tome venganza sobre aquellos en Judá que lo estaban persiguiendo (Jer. 15:15). Las crónicas del Antiguo Testamento están llenas de historias de gente idólatra y líderes corruptos.

El Dios de Abraham, Isaac, Jacob y Cristo Jesús se opone sólo a aquellos que se oponen a Él. El Señor simplemente trata a cada nación de acuerdo a lo que ha hecho. Jesús de Nazaret nació como judío de la línea real de David, amó a sus propios conciudadanos y lloró por Jerusalén (Lucas 19:41). Ni Cristo, ni los Santos Evangelios que testifican de Él, contienen ni una pizca de anti-semitismo. Aunque al mismo tiempo, el Señor advirtió a la suya y a todas las sucesivas generaciones acerca de la desesperanza y de las consecuencias calamitosas de rechazar al propio Mesías de Israel. Esta exhortación no lleva consigo ningún prejuicio; es simplemente la Palabra de Dios.
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