El preeminente racista de Norteamérica—W. A. Plecker
El 18 de febrero de 1924, el diario Richmond Times-Dispatch publicó un editorial denunciando el “mesticismo” de la gente norteamericana. Miles de hombres y mujeres, decía el periódico, se estaban pasando por blancos cuando en realidad tenían “en sus venas sangre de negro”. El editorial no era una misiva fortuita e indirecta. Estaba intencionalmente dirigido a miembros de la Asamblea General de Virginia, que estaban dispuestos a debatir en los siguientes días la “Ley de integridad racial”. Una vez pasada, la ley prohibiría a cualquiera que tuviese siquiera “una gota de sangre negra” de socializar con gente blanca, de casarse con una persona blanca, o incluso de enviar a sus hijos a escuelas blancas. Luego de algunos arreglos pequeños, la ley pasó muy fácilmente y entró en efecto el 15 de junio. Para implementarla, el estado se dirigió a su Registrador de Estadísticas Vitales, W. A. Plecker. Fue la elección perfecta.1
Los años de 1920 rugían en más de una forma. Con la economía en alza y el incuestionable liderazgo de Norteamérica en el mundo, la mayoría de personas creían que la nación se encontraba al borde de un renacimiento. Las películas y la radio irrumpieron en la escena por primera vez. Fue la era de Babe Ruth, el pelo corto, el jazz y Miss América. El presidente Wilson promocionó una nueva organización mundial que reemplace la guerra con el debate y, cuando esto no se concretó, el secretario Kellogg convenció a 62 naciones a simplemente prohibir del todo la guerra. Por supuesto, la idea no funcionó, pero fue emblemático del idealismo efervescente, aunque algo ingenuo, de la década. El lado más oscuro de todo este progreso fue la creencia entre muchos, impulsada por la “ciencia” eugenésica y darwinista, de que sólo algunos tipos de personas eran dignas de disfrutar ese nuevo mundo iluminado.
Walter Plecker era un racista violento que había llegado a la Agencia de Estadísticas Vitales en 1912. Desde el principio, había esperado utilizar su puesto para terminar con el matrimonio interracial y preservar la pureza de la raza blanca. Pero rápidamente se hizo aparente que su meticuloso inventario de las historias familiares no solucionaría el problema. Plecker necesitaba tener más autoridad. La legislatura accedió en 1924, otorgarle poderes no sólo para registrar a los de Virginia, sino también – que si él determinara que ellos fuesen descendientes de negros aún muy distantes – prevenir que se casen con blancos, echar a sus hijos de las escuelas blancas, e incluso encarcelarlos si quisieran pasarse por blancos. Plecker se zambulló en su trabajo. Acometió contra los registros de impuestos e iglesias para adquirir información sobre el linaje familiar. Sus regulaciones requerían que los sepultureros y las parteras reporten la raza de cada persona nacida o enterrada en Virginia. Anuló matrimonios, falsificó registros y encarceló personas por “representar mal” a su raza. Entrometiéndose en historias familiares, Plecker hurgó cualquier rastro de ascendencia negra que estuviera enterrada en el linaje de “blancos” auto-engañados. Cuando encontraba uno, enseguida escribía una carta con membrete estatal en la que triunfalmente revelaba sus hallazgos y declaraba a su víctima un “mulato”.2 Las repercusiones sociales fueron severas. Cuando una familia prominente le escribía acerca de los efectos devastadores de su pesquisa y amenazante demanda, Plecker secamente contestaba, “Me alegra saber de usted y que sus hijos han sido alejados de las escuelas blancas”.3
El entusiasmo de Plecker rápidamente lo convirtió en héroe entre los racistas y eugenicistas de Norteamérica. En octubre de 1924, habló ante la 53º reunión anual de la Asociación Estadounidense de Salud Pública, expresándoles a estos oficiales que los negros y los blancos nunca podrían vivir en cercano contacto el uno con el otro “sin lesionar a los superiores [blancos], terminando en muchos casos en la absoluta ruina”.4 Embriagado por su recién descubierta celebridad, Plecker agitó para que otros estados adoptaran las leyes de la “una gota” similares a las de Virginia. Ayudado por el gobernador mismo, envió por correo la “Ley de Integridad Racial” a cada gobernador de Norteamérica, junto con otra literatura racista de su propia oficina. Alabama y Georgia se convirtieron en los primeros dos estados en emular la ley de Virginia. Y otros veinte y siete estados prohibieron el matrimonio interracial.5
Con el tiempo, el movimiento de los derechos civiles logró anular la mayoría de estas leyes. Varios estados lo hicieron en sus propias legislaturas; otros fueron forzados por el fallo de la Corte Suprema en el caso Loving v. Virginia de 1967. Éstas fueron victorias importantes que cambiaron la cara de la ley estadounidense, pero no cortaron el racismo del corazón estadounidense. Alabama, por ejemplo, sólo revocó su prohibición de matrimonio interracial en el año 2000 – y eso debido a un voto contundentemente cercado de 60% a 40%.6 Los pastores cristianos, sin importar donde ministren, probablemente se toparan con miembros de la iglesia que creen que Dios es parcial a una raza sobre la otra. La verdad, sin embargo, es que el evangelio cristiano no tiene lugar para el racismo, el odio y el prejuicio propugnado por W. A. Plecker. El racismo puede ser parte del pasado de la nación, pero si los pastores son fieles a su llamado de predicar el evangelio, podemos esperar que no sea parte de su futuro.
Articulo tomado de kairos journal un website para pastores
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